Foro galego de testemuña cívica
Transparencias opacas (y II)
29-11-2014 19:44POR JULIÁN ZUBIETA MARTÍNEZ
En el anterior capítulo de las Transparencias opacas nos referíamos a los orígenes de la corrupción blanda y de la corrupción dura. Una vez ojeados los mimbres que cimentaron su éxito, vamos a enlazar ese pasado con el presente, esperemos que el futuro no sea así.
Tal y como señalamos, la corrupción democrática comenzó en el año 1982, sin olvidarnos que la dictadura franquista dejo todo atado y bien atado con la ayuda del Gobierno de UCD. Tras la entrada del Partido Popular de Aznar, sí el de los negocios con Gadafi, en 1996 al poder, da comienzo el capítulo de la corrupción dura. Corrupciones políticas, financieras y sociales contaminaron el tejido y los mimbres políticos maridándose con los centros financieros. Su relación sería extensísima, por eso nos centramos en los grandes casos de corrupción a nivel nacional como son la trama Gürtel, el perdón de los Borbones, los papeles Bárcenas, el nacionalismo de Pujol, las tarjetas negras y la operación Púnica. Todos estos casos son un repaso de la actuación política, institucional, administrativa, económica y social desarrollada por nuestros representantes. Aquí estamos hablando de una corrupción mucho más potente y agresiva que la anterior, por su expansión sistémica y estructurada y la implicación de todos los niveles institucionales y administrativos. Eso sí, en firme pacto con la globalización de los mercados financieros. Esta segunda fase ha utilizado las técnicas del miedo y de la propaganda, consiguiendo dar una sorprendente elasticidad a las opiniones y conciencias políticas, adormeciéndonos, con esa transparencia opaca para acabar entumeciéndonos de la misma forma que en el anterior capítulo de la corrupción vimos. Aquí se centra la corrupción dura. Y estos son los episodios de corrupción generalizada por los que ahora piden perdón. Qué bonito, que diría una amiga.
Es como si los representantes políticos de hoy sintiesen nostalgia del caciquismo que albergaba la Restauración. Bajo la coletilla de esa añoranza que refugia sus deseos y sus ambiciones, recuerdan con lástima eso de que aquellos sí que eran poderes de verdad. Esos, que no dudaban aplicándose con eufemismos ni subterfugios. Esos, que nos hacían comulgar a hostias las directrices del poder en todos los sentidos y a todas horas. Si el pueblo se removía, el Gobierno de turno instauraba el estado de excepción, los secuestros carcelarios o directamente la ley de fugas. Y eso es lo que desean hoy. Nuestra inmovilidad. Sin darse cuenta que la tienen delante de sus soberbias. Pero son tan mediocres, tan ambiciosos, que dilapidan ese capital conquistado a costa de mucha muerte por el camino, derramando la política por las alcantarillas de la democracia. Nos hemos inmovilizado por nuestra cuenta. Voluntariamente. Asistiendo día a día al latrocinio, a la estafa, a la presunción de inocencia y al ¡y tú más! Hemos sido capaces de dar esos tres pasos atrás, incluso a costa de perjudicarnos, antes de confirmar que la estructura del tejido social, por ende el institucional, está rematadamente corrompida, tanto o más que siempre.
Y ahora, de repente, ayudados por el cuarto poder que día a día nos alimenta, nos escupen a la cara que les perdonemos. Por eso creo que los tiempos no han cambiado tanto. Incluso se puede afirmar que sí quedan poderes de los de antes. Los que ahora piden perdón son los lacayos de ese poder que reina y que nunca ha bajado la guardia. El sempiterno poder reaccionario, hospedado en régimen de la Restauración y en la dictadura franquista, se ha aprovechado de la insaciable voracidad de la mediocridad política, y ahora les han echado a los perros con la intención de desviar la atención y no verse en la primera línea de ataque con la única intención de no perder lo que les costó defender en una guerra.
Por eso se puede contestar a los tertulianos que no han cambiado nada las cosas, ni las intenciones de los oportunistas, pero sí que han mudado su disfraz político, sobre todo en el aspecto que se refiere a la corrupción. Bueno, mejor han evolucionado, puesto que antes eran situaciones focalizadas localmente y ahora se han extendido por todo el tejido social e institucional del Estado. El problema es que casi nunca reaccionamos contra la corrupción instaurada. Antaño la crisis abierta por el caciquismo de la Restauración hizo saltar las alarmas sociales de tal manera que los poderes sempiternos se asustaron. El resultado, la dictadura de Primo de Rivera. Contra la fractura social que esta produjo se constituyó un Frente Popular -de izquierdas, no con la ambigüedad del centro-, que atemorizó a Europa y sus mercados financieros. El resultado, abandono al régimen republicano por parte de Europa, golpe de Estado, guerra, miles de asesinatos, dictadura, posguerra, enriquecimiento de los participantes en el régimen franquista, consenso con la inmaculada Transición y lucro ventajista de los nuevos demócratas en nombre del socialismo y los conservadores, ahora demócratas de siempre. Y nosotros, ahora, qué vamos a hacer.
Asistimos atónitos a un continuo y verdadero saqueo del país, consecuencia del control directo que ejerce esa élite empresarial y política sobre nuestros recursos públicos. Me refiero a ese poder que nunca se ha ido, como hemos visto. Han diseñado un modelo político económico que necesita el control de las subvenciones, de la adjudicación de contratos, de licencias de obras concedidas, de las puertas giratorias, de la información privilegiada, en definitiva, de la expropiación de lo que no está en el mercado en favor de lo privado. Estamos inmersos en un estado de excepción personalizado e individual, que actúa sobre cada uno y sobre todos a la vez, atendiendo a las noticias diarias con el susto encarcelado en el cuerpo. El mensaje ha calado hondo: lo primero, ante todo, que no nos ocurra a nosotros mismos, y luego a los demás, aunque eso ya nos da más igual. No nos damos cuenta de que en el fondo de esta inacabable transmisión machacante se encuentra la disyuntiva del poder. Su misión no es otra que crear las pautas selectivas para que tengamos un comportamiento concreto, con la única intención de que el susto nos paralice por temor a perder lo poco que poseemos, creyéndonos que es mucho, conforme a un valor que seguramente no es ni el que nos hacen creer. Es una cuestión de confianza.
En otras ocasiones ya sabemos lo que ocurrió, las fortunas ganaron, a muchos de los que pensaban distinto los mataron y acabaron otorgándonos el presente actual, con una democracia de transparencias opacas.
¿Es diferente el modelo de corrupción actual que el de la Restauración o el del franquismo y la Transición? Todos tienen la misma finalidad, el enriquecimiento de los oportunistas sin escrúpulos, ayudados por nuestra tremenda ignorancia.
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