Diversos medios de comunicación han publicado unas declaraciones de la Casa Real afirmando que la popularidad del rey crece gracias a los viajes que está realizando por Oriente Medio después de haber estado varias semanas inactivo.
En ningún caso se indica cuál es la fuente de ese conocimiento, de modo que no se le puede conceder mucho fundamento a lo que dicen los portavoces del monarca. Pero, en todo caso, que suba o baje su popularidad es lo de menos, aunque bien es verdad que haberla dilapidado refleja que su modo de vida y su comportamiento personal y político es rechazado por una parte importante de los españoles. Lo que me parece más relevante es que apenas se habla del tipo de actividad que realiza y de a quién benefician estos desvelos que supuestamente le proporcionan renovado crédito popular.
A mi juicio, la actividad del rey en Oriente Medio es francamente censurable y debería exigirse que acabe con ella por varias razones.
Su labor en aquellos países pasa por alto que los regímenes de quien busca favores son posiblemente las dictaduras más crueles y sanguinarias del mundo. Es una auténtica vergüenza y una inmoralidad que para conseguir que unos cuantos grandes empresarios ganen dinero se convalide la falta de democracia y el pisoteo de los derechos humanos que hay en las dictaduras del Golfo. Si a los grandes empresarios les da igual que en los países donde hacen negocio no haya la más mínima libertad es su problema, pero no se puede consentir que nuestro Jefe del Estado se convierta en el principal defensor, amigo y cómplice de los dictadores más corruptos del planeta. Y es particularmente condenable que la promoción de esos negocios por parte del rey se haga sin ningún tipo de mención a las condiciones en las que trabajan y van a trabajar miles de seres humanos en aquellos países.
El rey no parece tener en cuenta tampoco que los intereses a los que responden los negocios de esas empresas no se pueden confundir con los intereses de toda España. Es más, los grandes empresarios a quienes abre camino en esas dictaduras son el paradigma de la falta de patriotismo.
Son los mayores evasores y defraudadores del Reino, los que han destrozado nuestra economía y el tejido productivo, los que no saben hacer dinero si no es a base de privatizar beneficios y de socializar pérdidas. Son los que más empleo han destruido en España y los generadores de daños ambientales que quizá ya nunca podamos reparar. Coaligándose sólo con ellos, el monarca hace un flaco servicio a los intereses nacionales. Y es bastante improbable, además, que los negocios que esas empresas hacen fuera de España reviertan en una mejor condición económica de nuestro país o en mejores niveles de bienestar de la población en su conjunto.
Incluso dando por bueno que los intereses de los grandes empresarios merezcan también ser defendidos por un rey que se presenta como de todos los españoles, lo censurable es que los demás no cuentan nunca con la cercanía y el esfuerzo que con los más ricos despliega el monarca.
No hemos visto nunca al rey reunirse con plataformas de desahuciados, y mucho menos ni siquiera mencionar que en España existe ese problema; ni con grupos de desempleados; ni con los afectados por los fraudes bancarios; ni con los manifestantes que reclaman que no se pierdan derechos. ¿No son todas estas personas también españoles que merecen el apoyo, la comprensión, el afecto, la solidaridad y el trabajo del rey?
¿Acaso sólo son españoles y merecedores del apoyo del rey los grandes empresarios y banqueros o quienes simpatizan o defienden las ideas del PP que los representa políticamente? ¿No somos españoles quienes criticamos las políticas que se vienen aplicando, los que estamos indignados por todo lo que pasa, los que luchan en las calles, en empresas, en sus oficinas o en sus universidades para que España no empeore día a día?
Por muy fuerte que sea decirlo, lo cierto es que, actuando como actúa, trabajando a favor de unos pocos y no de todos, el rey traiciona a una buena parte de los españoles, y por tanto a España en su conjunto.
Da vergüenza e indigna el silencio de un rey, además militar que ha jurado defender la integridad de su Patria, cuando fuerzas y poderes extranjeros pisotean nuestra soberanía y no permiten que el pueblo soberano decida sobre sus destinos. ¿Qué entiende, entonces, el rey Juan Carlos que es defender a la Patria? ¿Para qué sirve tanto ondear banderas si se calla cuando se está condenando al paro y a la pobreza a millones de compatriotas, cuando se está acabando con avances sociales que costaron tanto esfuerzo, si no importa que unos pocos se lleven nuestra riqueza y destruyan nuestras fuentes de ingresos a base de engaños y robos? ¿Cómo puede hablar el rey de patriotismo y sentirse patriota cuando ampara a quienes son responsables del 75% del fraude fiscal, a quienes han engañado a cientos miles de españoles, o a los que admiten sin rechistar que quien manda de verdad en España es Merkel y los banqueros y no quienes han elegido los ciudadanos?
Si el rey se empeña en seguir siendo así y estando solo con los de arriba, es hora de pedir que se vaya. Y si quiere ser coherente con lo que tanto dice, debería empezar a dar muestras de que se preocupa y de que trabaja también por los de abajo.