Foro galego de testemuña cívica


Lacayos del poder

20-11-2014 18:20

POR JULIÁN ZUBIETA MARTÍNEZ 

PUESTO que en un Estado libre, todo hombre, considerado como poseedor de un alma libre, debe gobernarse por sí mismo, sería preciso que el pueblo en cuerpo desempeñara el poder legislativo. Pero como esto es imposible en los grandes Estados, y como está sujeto a mil inconvenientes en los pequeños, el pueblo deberá realizar por medio de sus representantes lo que no puede hacer por sí mismo” (El espíritu de las Leyes, Montesquieu). “Hay un abismo entre el pueblo libre haciendo sus propias leyes y un pueblo libre eligiendo sus representantes para que estos les hagan sus leyes” (El Contrato Social, Rousseau). “Los major pars (los muchos) debían elegir al valentior pars (el más capaz), para los asuntos comunes, los asuntos que atañen a la comunidad” (Marsilio de Padua).

Estas tres opiniones, tan equidistantes y, a la vez, tan enlazadas, concebidas por tres pensadores aposentados en la eternidad del olimpo de los clásicos, van a ayudar a desmenuzar superficialmente la incapacidad de nuestros representantes políticos para gobernarnos, alentados por nuestra irresponsabilidad individual.

Tanto Montesquieu como Rousseau nos indican que el modelo ideal de organización política sería la democracia directa. En eso están de acuerdo ellos y muchos de nosotros. Pero Montesquieu se desmarca de esa realidad, con éxito como veremos, incluyendo en su proposición la cláusula de imposibilidad por tamaño, transformando la libertad individual de la decisión en la incertidumbre de la representación. No es una mala teoría pero ha resultado interesada y, en muchas ocasiones, perjudicial. Hay una laguna en cada una de estas dos proposiciones, sacadas del contexto adrede para el artículo (aquí, sí hay contexto). En ambas, apreciamos la ausencia de los prerrequisitos y méritos necesarios para desempeñar la esencia de la democracia representativa con decoro y provecho, condiciones que nos aporta y simplifica el tercer invitado, Marsilio de Padua, convocando a los más capaces para ejercerla.

EL TEMOR A LA RESPONSABILIDAD Ahora, las dudas que ha creado el devenir del tiempo. ¿Por qué considerando que el gobierno de la mayoría directa es el más ajustable socialmente, no hemos sido capaces de construir un poder legislativo que comprenda esa expresión individual, si además todos vivimos en política? La respuesta siempre será insuficiente. Es evidente que hay algo en la responsabilidad de las decisiones que nos atemoriza, lo que unido a nuestra inclinación a sacar partido de lo que no nos importa por considerar que no nos va a influir directamente, hace que vendamos nuestras propias decisiones, en este caso políticas, normalmente, al mejor postor, tal y como describía perfectamente Maquiavelo: “…no son tan simples los hombres, y hasta tal punto obedecen las necesidades del momento que aquel que engaña encontrará siempre alguien dispuesto a dejarse engañar”.

Actualmente, la situación se ha acentuando hasta tal punto que la política representativa ha sido engullida por la economía, convirtiendo a nuestros representantes en auténticos lacayos del poder, tal y como han señalado A. Gil, A. Intxusta y P. Zamora enEl Banquete, Expolio y desaparición de la Can, o tal y como estamos presenciando estos días con el derroche tarjetero de los directivos de Caja Madrid, donde están presentes políticos, sindicatos y otros sicarios del poder. Es evidente que seguimos, alentados por esa falta de responsabilidad política que nos invade individualmente y nos anula colectivamente, nutridos por la inmediatez de nuestra ciega ambición, absorbidos y cautivados por esos sicofantes de la política, esos individuos bajos y despreciables, en busca de posición y estatus personal, mediante la calumnia y la adulación de los que hablaba el teatro de Aristófanes, que en su tiempo compraron la propuesta del faro de la Ilustración, adquiriendo los bonos de su representación, para practicar a su antojo el evangelio de la hipocresía, viviendo de la explotación y del expolio de los derechos sociales, cuya aplicación debería afectar a todos, no solo a unos cuantos. A pesar de conocer esto, nadie puede negar en la actualidad no saberlo, tal y como confirma Dario Fo, cuando nos dice que la población, la ciudadanía, está atónita, ebria, borracha de promesas, de programas políticos, de tener esperanza, ¿por qué les seguimos otorgando la confianza de la representación si son corruptos e inventores de engaños mediante eufemismos? Además, si nos sentimos nosotros individualmente incapaces de ser responsables, ¿a quién elegimos entre los incapaces, para representarnos? ¿Siempre a los sicofantes? ¿Para cuándo la elección directa desde las circunscripciones sociales mínimas como son el portal, los barrios, los pueblos, las ciudades, en definitiva, nuestro territorio inmediato, eliminando para la representación política, sin ser necesaria, a los egoístas y perversos por interés?

Hemos malvendido nuestra capacidad de decisión política aceptando las reglas del juego de la representación, de las que tanto alardean nuestros actores políticos actuales, sin encontrar en la práctica nada que nos aproxime a su teoría. Sí, ya sabemos que lo complicado es la práctica, pero cuanto más nos alejamos de la teoría en esa práctica, más abandonamos su intención primigenia. Si entendemos y otorgamos que, debido a cláusula de imposibilidad que impide a todos legislar, tenemos que ser representados por actores políticos, deberíamos exigir a los representantes que actuasen para la satisfacción de nuestros intereses como comunidad, tal y como apuntó Burke sobre esta condición representativa: “El Parlamento es la asamblea deliberativa con un solo interés, el de la comunidad, en ella no deben prevalecer los objetivos ni los prejuicios locales ni estamentales sino el bien general que deriva de la razón general”. Cuán lejos estamos.

EL NEGOCIO DEL INTERÉS COMÚN Somos nosotros mismos los que hemos construido una sociedad donde el interés común se ha convertido en negocio para unos profesionales especializados que, con el paso del tiempo y por el abuso de su pretenciosa opulencia, se han convertido en mediocres lacayos al servicio del poder. Somos los máximos artífices del éxito que sufre la clase política. Al vender nuestra capacidad de decisión a los incapaces, nuestra representación política compite tan solo para conseguir, a veces no perder, las prebendas que la justicia política les otorga bajo la toga del espectro electoral. Empujados por esa indolencia individual, han creado una especie de sultanato que no está basado ni en la ideología ni en el carisma de la política, sino simplemente en el miedo a la represión, el miedo al castigo y en la esperanza de la recompensa por obedecer sumisamente.

Si la sociedad ha generado este poder, esta sociedad también debe ser capaz de eliminarlo. Para conseguirlo es necesario que dejemos de someternos a él, dejando de apoyar a estómagos agradecidos a su servicio, inutilizando las herramientas que disponen para someternos, siendo responsables de nuestras decisiones por medio de un sistema de elección directa, sin manipulaciones impuestas.

Para finalizar, y sonrojarnos más si cabe, nos vamos de nuevo al teatro de Aristófanes, nada menos que al año 380 antes del Cristo que montaron, cuando en El Pluto ya se representaba y atacaba la inmoralidad y falta de ética de los representantes de entonces, “Fíjate lo que ocurre con los políticos; mientras son pobres, son justos con la ciudad y el pueblo; pero cuando se enriquecen a costa del Estado, se vuelven injustos, venden a la multitud y conspiran contra el gobierno democrático”. ¿Cuándo aprenderemos?

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