Foro galego de testemuña cívica


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28-06-2015 17:14

 

Por Iñigo Bullain  (Profesor de Derecho Constitucional y Europeo de la UPV/EHU)

La Caída del Muro, contemporánea a la Europa de Maastricht, hizo del capitalismo financiero el nuevo poder hegemónico global, que en la UE ha impuesto sobre la población políticas de austeridad y priorizado salvar a los bancos con ayudas públicas.

el sueño de una Europa federal, democrática y social se fue desvaneciendo dando paso a una realidad muy distinta. Así, el resultado de las recientes elecciones en el Reino Unido puede anticipar una distopía europea. Otros cinco años de gobierno conservador, ahora con mayoría absoluta, van a tener, a mi juicio, unos efectos devastadores sobre la cohesión social y política de Gran Bretaña. No solo se va a acelerar allí un cambio constitucional; también la Unión Europea debe prepararse ante una propuesta de referéndum que Cameron se ha comprometido a convocar en 2017.

Pero la mayoría tory en Inglaterra ha coincidido con la práctica desaparición de la representatividad de los partidos británicos en Escocia, donde el Partido Nacional Escocés ha ganado 56 de los 59 escaños, precisamente por su oposición frontal al conservadurismo y por su clara vocación europeísta. Ese escenario bipolar probablemente conducirá a un cambio en las relaciones entre Escocia y el conjunto del Reino. Cabría interpretar que el electorado escocés, después de rechazar la independencia, ha dado precisamente al partido independentista un mandato para que negocie un nuevo estatus que permita a Escocia quedar a salvo de las políticas conservadoras del Parlamento de Londres. No es casual que el antiguo primer ministro escocés, Alex Salmond, se haya convertido en parlamentario de Westminster. Como hace casi un siglo hicieron los irlandeses, ahora parece ser el turno de Escocia para negociar una suerte de Estado Libre Asociado.

En ese contexto, resulta evidente que David Cameron no es Lloyd George. Hace 100 años, el entonces premier era un liberal galés que recibió a la delegación del Sinn Féin en Downing Street con un saludo en gaélico. Fue un político de un talante social muy distinto al elitismo que arropa al londinense Cameron desde la cuna. Que ahora alguien tan representativo del establishment haya recibido un mandato para gobernar en favor de los intereses de la City augura que el acoso al Estado de bienestar no tendrá tregua. Lo más probable es que el Partido Conservador vaya a continuar con su política de privatizaciones para vender a precio de saldo los sectores públicos que aún forman parte de la economía británica. Un negocio ruinoso para las arcas públicas pero muy beneficioso para algunos intereses privados vinculados a la casta. De hecho, durante su anterior mandato se hizo posible que British Post fuera enajenada en una fracción de su valor en bolsa, tal y como se demostró a posteriori. Ya que ni Gales o Irlanda del Norte, que mantienen otro comportamiento electoral, cuentan con medios para rectificar a la mayoría inglesa, la inevitable consecuencia de esta elección será conducir, little by little, a la población hacia la precariedad y la pobreza, hacia un futuro de dualidad social que el círculo de privilegiados de Oxbridge promueve desde hace décadas. Así, mientras que unos tendrán que trabajar para ser siempre pobres, otros podrán hacerse todavía más ricos especulando.

Semejante panorama ha conducido a la burguesía escocesa, desde su plataforma institucional del Parlamento de Holyrood en Edimburgo, a conectar con los trabajadores de Glasgow que antes votaban laborista para impulsar un proyecto de democracia social de estilo escandinavo. El referéndum escocés ha puesto en marcha una dinámica que parece imparable porque ha sido capaz de llevar a la política a cientos de miles de personas que antes eran pasivas y se mantenían silenciadas por un proyecto neoliberal cuya visión de la política es la de un negocio con clientes y consumidores.

Las distintas mayorías políticas en Escocia e Inglaterra proyectan perspectivas muy distintas. Para la población inglesa que no habite en el sur de la isla, donde aún se vive en un relativo oasis de bienestar, no debiera ser una sorpresa la próxima pauperización de ciudades y barrios en el norte y en las midlands, donde las políticas del neocapitalismo financiero conducen a un malestar social que busca enfrentar a los pobres autóctonos con los recién llegados. Le Pen, el UKIP de Farage o Maroto en Vitoria no inventan nada. Buscan enmascarar sus políticas de desposesión y de acumulación de damnificados, en favor de unos pocos, acusando a los emigrantes de quitar trabajo, colapsar los servicios y acumular las ayudas sociales. Viejos discursos que pretenden ocultar que los más ricos se están quedando con casi todos los nuevos recursos en una proporción sin precedentes desde hace cien años. Así lo denunciaba en la Cámara de Representantes de Washington el congresista vasco de California John Garamendi, quien evaluaba que desde la crisis de 2007 el 5% se ha embolsado el 95% de los beneficios. Una desproporción en el reparto atribuible también a Inglaterra o España. Unas cifras que explican el porqué del colapso de los servicios públicos, carentes de recursos, dado que además a través del fraude y de la elusión fiscal los más ricos apenas pagan impuestos.

La derrota laborista podría compararse a una muerte anunciada. La inanidad de un personaje como Ed Miliband, que a duras penas podía hablar sin parecer necesitado de la ayuda urgente de un logopeda, trasladaba una imagen pública que parecía un capítulo de serie B de la oscarizada película El discurso del Rey. Miliband encarnaba a un personaje acomplejado, incapaz de plantar cara a los intereses del criptoestado, donde conservadores, laboristas y liberales promueven con ciertos matices las mismas políticas.

Aunque se presentan a la opinión pública como centristas, en realidad, los conservadores con más brío, los socialdemócratas algo más acomplejados y los liberales sin cuestionárselas, aplican hoy un radicalismo económico donde todos ellos se sitúan en un extremo del terreno de juego al tiempo que pretenden hacer creer que el balón de la política circula por todo el campo. Sin embargo, en menos de tres décadas, el desplazamiento hacia la derecha ha sido evidente. Lo que antes fue izquierda hoy se califica como izquierda radical y lo que fue ultraderecha económica se interpreta hoy como derecha moderada. El centro, con sus variantes de derecha e izquierda, es una entelequia donde se han instalado los partidos que gestionan las instituciones en favor de los mercados. En Gran Bretaña la voz de la discordia ha quedado en manos del SNP, que se sitúa nítidamente a la izquierda del laborismo, es decir, en el medio. Sin embargo, el nacionalismo inglés, como el hispano, trata de malinterpretar una cuestión de identidad nacional y social como si fuera un problema de etnicismo. Ese error interpretativo, ejemplarizado en la renuncia del laborismo a pactar con el SNP, le ha costado el gobierno británico y Escocia.

El risorgimento democrático y nacional en Escocia coincide con la deriva del proyecto europeo. En vez de una historia optimista de Asimov, el relato europeo se va aproximando a un cuento distópico de Philip K. Dick. En lugar de más democracia, la UE ofrece a sus ciudadanos un sistema menos democrático y también menos social que el que se había alcanzado en los Estados miembros tras la posguerra. A diferencia de las elecciones parlamentarias que a nivel estatal sirven para orientar las políticas de gobierno, las elecciones europeas no valen para elegir un gobierno europeo. La UE está apostando desde Maastricht por una economía que ha conducido a un desempleo elevado y a una precarización salarial in crescendo. El aumento de los poderes de la ciudadanía a través del Parlamento Europeo se ha compensado con el reforzamiento de las burocracias de los ejecutivos estatales y la concentración del poder de las instituciones europeas en los 30 miembros del Consejo Europeo.

Ese proceso de oligarquización política impulsa a nivel estatal una democracia sin poderes y en la UE una política sin democracia. Los grandes beneficiarios de esta reordenación del proyecto europeo son Alemania y las grandes corporaciones multinacionales. Nunca en la historia de la humanidad tan pocos han acaparado tantos recursos en tan poco tiempo. Como advierten numerosos autores los riesgos de esa acumulación, si no se corrige, pueden resultar fatales para la democracia y el desarrollo económico. El derrumbe del PP en las recientes elecciones y en particular los resultados forales en Nafarroa son afortunadamente un paso, si bien local, hacia otra dirección más social y democrática que Europa urgentemente necesita.

El nacionalismo inglés, como el hispano, trata de malinterpretar una cuestión de identidad nacional y social como si fuera un problema de etnicismo

 

En lugar de más democracia, la UE ofrece a sus ciudadanos un sistema menos democrático y menos social que el que se logró tras la posguerra

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