Foro galego de testemuña cívica


Recuerdos de Escocia

01-10-2014 17:49

POR ANDER GURRUTXAGA ABAD 

Es apresurado, pero tentador, supeditar el resultado de la consulta en Escocia al número de ciudadanos que votaron a favor del Sí a la independencia o la de los que dicen No. Digo esto no porque el resultado final no sea importante, sino porque la consulta, además de dilucidar qué opción se impone, enseña otras cosas. Hay una pregunta básica: ¿Qué se aprende de este caso? Lo primero, y para mí lo más destacado, es que hechos de esa naturaleza puedan ocurrir. La respuesta no es baladí. Solo dos países enfrentan, hasta el momento, este reto siguiendo procedimientos democráticos: Canadá y Gran Bretaña. El común denominador es que son Estados sujetos a la lógica democrática que cuando usan las posibilidades y el poder institucional que atesoran dicen que la democracia no es un fósil para enseñar sino una forma de vivir, colaborar y competir. Por otra parte, enfrenta la tesis de la falta de interés por la política. El debate ciudadano moviliza a la población, esta acude en más de un 80% a las urnas, participa en debates, se confronta en la vida cotidiana y cuando se conocen los resultados insiste en la verdad de las reglas democráticas y en el uso de la diferencia y la colaboración como el instrumento que enriquece la cultura política. La consulta, y cómo se desarrolla, demuestra que la innovación política y otras formas de expresarla pueden ser.

En tercer lugar, retrata los soportes electorales de cada cual. Aquí el SNP (Partido Nacional Escocés) partía con ventaja. Gobierna Escocia con mayoría absoluta y su gestión política devuelve a los ciudadanos la esperanza de que el sostenimiento de los programas de bienestar es posible y los servicios públicos siguen siendo los factores de integración social. Las políticas de austeridad del Gobierno Cameron tienen parte de culpa de que los conservadores tengan tan mala imagen. Uno de los argumentos que ha sabido explotar el SNP es que el Reino Unido es cada vez más un país de derechas, plagado de thatcherianos y lleno de desigualdades. La eficacia de este discurso permite sostener la fórmula de que si Escocia quiere imitar a los países nórdicos -modernos, socialdemócratas, con un grado de bienestar razonable y con principios a defender- debe separarse de la Gran Bretaña tory. Por otra parte, el Partido Conservador se declara unionista, pero tiene serias dificultades para mantener este punto de vista. No tiene más que un solo parlamentario escocés en el Parlamento de Westminster, ocho parlamentarios en País de Galés y no participa en las elecciones de Irlanda del Norte. El resultado es que el Partido Conservador se presenta ante los escoceses como el partido de las élites inglesas, pero casi sin presencia en este territorio.

La credibilidad del Partido Laboralista ha descendido. Ed Miliband es un líder con una popularidad en Escocia no muy superior a la de Cameron. El aumento de los votos del Sí procede, sobre todo, de votantes laboralistas de zonas obreras -en Glasgow se ha impuesto el Sí- que no sienten entusiasmo alguno por la perspectiva de un gobierno laborista en Westminster con Miliband como primer ministro. Si se ha celebrado la consulta es en parte por que el Partido Laboralista, la fuerza tradicionalmente dominante en Escocia, se ha convertido en un partido gris, sin ideas y sin capacidad de respuesta, permitiendo que el SNP le haya arrebatado la bandera de la cuestión social y las respuestas a la crisis industrial y social de este territorio, especialmente en Glasgow.

La enseñanza, como dice Ch. Grant, es clara, “cuando unos hombres de mediana edad y bien trajeados les dicen a los votantes que la independencia va a repercutir en menos inversiones extranjeras directas y más inestabilidad económica, muchos lo oyen con indiferencia. Los consejos de las clases dirigentes se reciben con frecuencia como algo dicho en tono de superioridad. La campaña del No en Escocia se centra en la economía y trata de inspirar en la gente miedo a lo desconocido. Solo al final ha intentado presentar un relato positivo de los beneficios que supone la unión para todas las partes”.

Hay que tener en cuenta que la campaña por el Sí ha dirigido los dardos desde el principio al statu quo inglés, buscó a los culpables de la situación, los nombró: las élites políticas y económicas de Londres. Supo calibrar las posibilidades de transferirles las razones de los argumentos. Detectó en el legado thacherista y en la inacción del laborismo de Blair, las razones de la situación. A partir de aquí, compone el relato de quién es responsable de la situación de Escocia.

Otro elemento a sopesar es la presencia de liderazgos fuertes, creíbles y estables que producen confianza entre la ciudadanía. El SNP y Alex Salmond tienen la virtud de ejercerlo con la credibilidad que necesita este tipo de procesos. Así, el discurso político se tiñe de legitimidad y de confianza en los actos y las palabras del líder y en las estructuras políticas e institucionales que lo representan.

El hecho capital, fundamental, es la riqueza que aporta el petróleo a la economía escocesa. Petróleo, Escocia, política y bienestar se han entrelazado de manera estrecha a lo largo de la campaña y la conexión gesta el escenario desde donde la llamada para sobrevivir como estado independiente encuentra la respuesta adecuada. Probablemente, sin el valor económico que aporta el petróleo, el ritmo de la reivindicación de la independencia política y las opciones del SNP hubiesen sido otras, pero el petróleo marca la dinámica de las posibilidades que se abren.

Otro aspecto es el manejo de las consecuencias no deseadas que tienen procesos de esta envergadura. Se discute sobre la moneda si hubiese vencido el Sí, sobre las fronteras a trazar, pensiones, el valor económico del petróleo, la integración de Escocia en la Europa comunitaria….. Son aspectos que deberían abordarse el día después si hubiese ganado el Sí. Uno de los hechos es que ante procesos de esta naturaleza, las consecuencias indeseadas hay que mantenerlas a distancia y evitar que tengan el papel significativo. Esto los partidarios del Sí lo han hecho bien, sabiendo el peso que pueden llegar a tener el temor de algunos grupos sociales -pensionistas y personas mayores, sobre todo-, el miedo expresado por empresas, élites políticas o dirigentes de otros países y que el vacío que crean este tipo de acciones se erigen como barreras ante las pretensiones de la transformación propuesta.

La enseñanza es que si se respeta, como hasta ahora, la lógica democrática y esta es el motor de la relación entre Gran Bretaña y Escocia, no hay motivos insalvables para que la ubicación de nuevas reglas de juego sean posibles. Escocia es un país próspero -casi 30.000 dólares de renta per capita-, desarrollado económica y socialmente, con instituciones fuertes y un sentimiento europeísta desarrollado y superior a la media de la ciudadanía inglesa.

La consulta ha redescubierto la democracia, la participación ciudadana, los debates interesados y las dificultades que adquieren los asuntos de esta envergadura para allegar a los objetivos deseados, pero también que si se tienen recursos económicos destacados, nivel alto de renta per cápita, un sistema institucional fuerte y definido, y la identidad social es clara y reconocida, se tiene capacidad para creer en el futuro y manejar el imaginario de las posibilidades de la reivindicación.

Cierto es que los tiempos del encantamiento nunca son los mejores para plantear cuestiones relacionadas con consecuencias indeseadas. Hay que dejar pasar el tiempo para ver cómo se concretan las promesas o qué significa la movilización para la ciudadanía escocesa, pero el acto devuelve la energía democrática a Gran Bretaña y demuestra que la historia juega a favor de aquellos que quieran utilizarla, sea para seguir siendo y estando o para intentar transformar el statu quo. Los problemas están y se deben acometer reformas imprescindibles con la derrota del sí o la victoria del no, pero el juego democrático mantiene abierto el espacio de posibilidades, porque los escoceses, y en especial el SNP, saben que más allá de los resultados de la consulta la relación con Londres nunca será lo que fue. Hay que esperar nuevas formas y estilos de relación, sea mediante la construcción de una nueva relación con Westminster, entre ellos mismos y a través de las terceras vías que se avecinan. Pero la lección es clara y lo que se aprende también: no hay que tener miedo a usar la democracia, puede provocar vicisitudes, alarma e incluso miedo, pero el resultado final demuestra que “valió la pena”.

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